El lenguaje de la tierra: un acto de amor infinito

 Tener un plato en nuestra mesa es, para muchos, algo cotidiano, parte de la rutina diaria. Sin embargo, esa misma cotidianidad a menudo nos ciega ante la perfecta sincronicidad que ocurre silenciosamente a nuestro alrededor, trabajando incansablemente para proveernos.

A veces damos por sentado el privilegio de tener alimentos al alcance. En el mejor de los casos, agradecemos a las manos que los preparan y transforman, pero ¿Cuántas veces nos detenemos a agradecer a la tierra por su trabajo?

Miles de especies intervienen a diario para que la magia de la naturaleza suceda. En ella prevalece una armonía de la que, paradójicamente, el ser humano parece carecer, arrasando con su mano devastadora una obra de arte perfecta. Aun así, la tierra se adapta y se regenera, una y otra vez, para cuidarnos, nutrirnos y ofrecernos su amor a través de sus creaciones.

Nos deleita con sus campos y la infinita variedad de frutos que engendra. Sus semillas, brotes, hojas, flores y frutos nos cautivan con aromas que anticipan el placer que resguardan. Nos envuelven en su paleta sin fin de colores y nos presentan sus obras finales: dulces, neutras, ácidas, cítricas... Nos obsequia texturas frescas, cremosas, jugosas, secas y crocantes. Siempre nos cuida y nos consiente, abrazando nuestros caprichos con el equilibrio y la perfección de sus ciclos. Nos muestra, con su sabiduría innata, que en la naturaleza todo es aprovechable; basta con tomar únicamente lo necesario.

Es una maestra, y yo me declaro su amante y su amada. 💚

Siento sus abrazos en el paisaje que me anuncia un nuevo día. Sus caricias en la papaya, el banano y las fresas del desayuno. Sus consejos en la auyama y la zanahoria de la sopa. Su presencia en los brotes, el pepino y el aguacate del almuerzo. Su cuidado en la cebolla, el tomate y el huevo de la cena. Es creativa y cautivadora; cada día me cuenta una historia distinta con la inmensidad de sus detalles, que despiertan mis sentidos.

Hoy sentí nostalgia. Salí a caminar y ella no tardó en notar mi presencia. Me ofreció guayabas y moras, me presentó la vida y esta cantó para mí. Me recordó fluir, divertirme, sonreír. Me habló sobre la conciencia, la soledad y el estar presente. Coloreó mi día y, una vez más, limpió y recargó lo que así debía ser. Me dio su amor.

Le agradezco por permitirme trabajar con su creación. Sorprenderme con sus colores, aromas y sabores me recuerda el amor del cielo y la tierra, la unidad y el vacío. ¿Qué tengo yo para ofrecerle ante semejantes regalos?

Amor de Ser es mi presente: la conexión, la admiración y la gratitud infinita.

 





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